Xela 21k 2015!!!

La medallita de mi tercera luna, bonita! bonita!

Decía en una entrada anterior que a causa de lesiones, falta de ganas, netflix, sobrepeso y una jaculatoria interminable de excusas, este año no se pudo atacar la maya-marató, quería, sin embargo, cerrar 2015 con al menos una media maratón, distancia que sé asequible, y me decidí por Xela, carrera que gusto mucho por la ciudad en que se desarrolla, con la que me unen lazos de letras y sangre.

Me sabía mal entrenado, lo reitero, y con bastantes libras de ganancia. Aún así me inscribí, y aprovechando las vacaciones, me escapé un par de días de la rutina de ocio de casita. Viajé de ida por línea dorada, es un viaje largo y plácido, en que dormité por varias horas hasta llegar a la Ciudad de la Estrella.

Este año quise variar mi hospedaje, que en ediciones anteriores había sido en un hotel vecino al parque central, por La Casa de los Nahuales (la pueden encontrar en fbook), un hostal en la zona 3, cercano a la zona de meta de la carrera y alejada del bullicio de los fiesteros del centro, que puede tornarse infernal.

El hostal es un proyecto que despega, entiendo, es un ambiente hogareño y el módulo de habitaciones está en construcción. Mi habitación era doble, limpia y suficiente, las atenciones fueron buenas por parte de los dueños, un par de simpáticos hipsters.


La fotía en la expo, todavía se me veía el almohadazo!
La expo en esta ocasión fue en el centro comercial Las Américas, arriba del templo de Minerva y frente al zoológico. Puede ser por el cambio de sede pero se me hizo más exigua que en años anteriores, en que el marco del palacio municipal le daba más brío y un mejor marco. Recogí mis cosas, una botellita de agua creo, y aproveché, eso sí, los locales del comercial para aprovisionarme de agua, gatorade, galletas y semillas.

Regresé a dormir, puse en la radio una emisora en que los locutores hablaban en quiché y bajo ese crepitar cerré los ojos.

Me despertó el frío.

Qué frío es Xela joder!

No había televisión en el cuarto, lo que es ganancia, así que aproveché para leer un rato mientras en segundo plano pensaba que salir a cenar.

Al rato salí, las calles cercanas al hostal eran un desierto gris. Hasta algo de miedito daba caminarlas. Salí al bulevar de dos carriles que asciende a Minerva, donde ya encontré más gente y aplaqué mi temor. Por un encargo pasé a la iglesia del espíritu santo a hacer encomiendas.

Aterricé en Pollo Albamar, donde lo más reseñable fue una marimba poderosa que atacaba el Ferrocarril de los Altos; la cena fue triste y desabrida. El local estaba lleno, ignoro si así es la noche de los sábados o si obedecía al partido que jugaban cremas y chivos y que se transmitía en varios monitores del recinto amplio.

Regresé por calles todavía más solitarias y frías. Compré un chocolate para beber en el camino y apurando las zancadas regresé al hostal. Me acosté a descansar y me costó mucho atrapar al diablito del sueño. Leí algo de Mauleón, del caballito, de Cortés, de los Indios Verdes.

Amaneció.

El hostal ofrecía un desayuno de shecas, fruta y jugo. Comí poco y salí hacia el parque Benito Juárez, donde tomé una buseta que me dejó en el monumento a la marimba. Ya estaba la gente calentando en miles, los grupos de corredores, los ególatras, los tímidos, los masacres, los fresas, los kaibiles. De todo se miraba y había. El sol se mostraba en un cielo limpio y contrario a otros años, el calor empezaba hacer caricias.

Se llegó la hora, las ocho, y salimos. Eramos quizás unos cinco mil o más corredores, primero hacia las afueras de la ciudad y luego de regreso, había calor y la gordura no ayuda. Esta va a ser largo y jodido, me dije, traté de encontrar un paso confortable y le dí.

La carretera es una serpiente de concreto gris claro que refleja mucho el sol; esta vez no llevé mi cinturón de hidratación por lo que me tocó en cada puesto detenerme a tomar aguita y gatorade, según tocara.

De regreso, la Puerta del Sexto Estado, luego el parque central, esas calles deliciosas y estrechas, el monumento a la Marimba. Ups, algo andaba mal, la tripa dolía y exigía. Mal hago en contarles, nunca antes había necesitado ir al baño a soltar aguas mayores durante una carrera; sí, un par de veces, aguas menores, cosa que para los hombres es harto sencillo (aunque penoso).

En esta ocasión no me pude escapar de la tortura de las entrañas.  Antes de la cuesta blanca me tocó ir al baño. No hubo de otra, el encargado de un super24 me prestó su baño y rechazó, generoso, mi oferta por pagárselo. Me vi en el espejo con susto: estaba rojo como un tomate y en la calma de la artesa escuchaba mi corazón atropellado, todo me latía, yo mismo parecía y me sentía un corazón gigante.

Trepando la cuesta blanca!
La mala nota es que se me cayeron los audífonos (que eran de mi achu, mi primogénito) dentro del inodoro, por lo que el resto de la carrera fue sin banda sonora. La cuesta blanca se me hizo eterna. Ya me faltaba poco pero no tenía muchas fuerzas. Pasé por el parque Japón, luego Minerva, la USAC regional y subí y subí hasta el retorno. El tiempo ya lo sabía desastroso, era de resistir, sabía que podía.

Por el km 19 estaba el retorno y el descenso, dos kilometritos que apuré con agonía hasta llegar a la meta, que esta vez fue dentro del comercial Las Américas, los chatíos de este grupo, los beer runners, hacían porras y daban ánimos en la recta final.

Y estuvo: casi tres horas en mi peor registro de media desde que empecé con esta ocurrencia  de salir a domeñarme corriendo: 2:57 y centavitos. Pero estuvo, y siempre es bonito y feliz recibir otra medalla.

En la zona de enfriamiento tomé toda el agua que pude y caminé con dificulta de vuelta al hostal, a recoger mis cosas, a preparar mi regreso. Regresé por Álamo, sus buses están maltratados pero hacen el trayecto a mayor velocidad.

Debo señalar, eso sí, antes de regresar a la capi, pasé por mi respectiva dotación de shecas a Xelapan, y luego a un bufé pantagruélico y delicioso en Tertulianos, justo frente al sitio de donde salía mi bus. El regreso fue dormir, interrumpido acaso por la plática estridente de un grupo de homosexuales que parloteaban detrás mío. Un par de risas me sacaron con sus ocurrencias, aunque pronto volvía a dormir.

Regresé a Guatemala ya entrada la noche, el cuervo de piedra que tuvo a bien darme la mitad de mi ADN me recogió en los linderos de la calzada roosevelt. Estaba en casa: 18 medias maratones es mi registro. Veremos que nos depara el futuro. Otra maratón quiero, en cuanto recupere la forma y los ánimos, y muchas otras medias maratones, repetir las que ya he corrido y descubrir un par nuevas.

Veremos y les cuento.

Nos miramos en la ruta.



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