Avoidance of the sunrise run...

La catedral al amanecer, esperando a los bichos canaletos para
la corrida infantil con ocasión del festival del Centro Histórico.
Amo dormir, comer y echar la pereza. No es el perfil ideal de un runner va? Pero así soy, qué le vamos a hacer, soy propenso al desvelo y uno de mis enemigos acérrimos es el despertador. Ni que decir de madrugar, si desde los días del colegio San Sebastián he sufrido por las llegadas tarde, batalla que se ha trasladado en alguna medida al campo laboral, aunque gracias a las presiones de mi bandita, logro cumplir al menos con los mínimos requeridos por mi empleador (no marco reloj, por fortuna).

Y bueno, como corredor los malos hábitos pasan factura, desde mi alimentación desordenada y casi compulsiva (de nuevo, tema para otra entrada), hasta la falta de programación y disciplina. Aunque en general siempre me he considerado caótico, el hecho de haber cumplido ya dos años corriendo sin haberlo tirado por el traste es ya una pequeña gran victoria.

A dónde va esto?, que siempre siento que mis textos oscilan y divagan entre bandas temáticas sin conexión aparente: las mejores horas para correr son las primeras del día, entre las tempranas luces del alba y el surgir de un nuevo sol, tierno, ansioso, que reconforta y acaricia.

El cambio climático será un bluff, climagate y todo, no soy experto en nada, pero qué fuerte y castigador se ha vuelto el sol de la mañana!; digamos de las 8 en adelante el deus sol invictus ya lo abrasa a uno (que no abraza), quemando las reservas de energía y dejándome más morenito.

Muchas veces me he propuesto salir a correr de madrugada, pero no puedo escapar a la seducción del desvelo, soy una criatura nictálope, y es a las altas horas en que siento que se me azuzan los sentidos. El resultado es que los domingos (y ahora los sábados) tengo los ojos pegados, despertando en el mejor de los casos alrededor de a las ocho de la mañana, o pasado el medio día en los peores. Es decir, las mejores horas para correr, perdidas.

Y qué me toca? En algunas ocasiones salgo cuando me levanto, si son las ocho o nueve, y como decían los patojos de antaño, "me voy por la sombra". Como mis rodadas suelen ser cortas, por lo general ya estoy de regreso antes de las horas de sol más fuerte. En una ocasión sin embargo cometí la imprudencia de salir pasadas las once, con rumbo a la Calzada Atanasio Tzul y la Cova do Iria.

El resultado fue desastroso: el medio día me alcanzó en plena ruta, un sol castigador y despiadado que me obligó a parar -lo que detesto, buscarme una tienda con sombra, tomar agua, y esperar a que menguara al menos un poco su fuego sin clemencia. Incluso caminando, los últimos tres o cuatro kilómetros se me hicieron eternos y la piel me ARDÍA rubicunda. Llegué a los lares de mi Floquet de Neu fundido y frustrado, con un dolor de cabeza que duró hasta bien entrada la tarde.

Mi solución ha sido correr por las tardes. El horario de salida de la oficina es ventajoso, lo que me permite, si regreso pronto y no papaloteo en el camino, estar antes de la cinco de la tarde en casa-maca, preparar mis cosas y salir a por alguna corrida. Tengo un par de circuitos base, uno de 5k que me lleva sobre la 15 avenida, Parque Colón, Plaza de la Constitución, Paseo de la Sexta, Parque de Jocotenango y Calle Martí de regreso a casa, y una segunda de 8k, similar a la anterior pero entrando a la Avenida Simeón Cañas bordeando el mapa en relieve y el diamante de béisbol.

Me ha funcionado, aunque la seguridad es un asunto escabroso en esta ciudad que de tan fea es preciosa, hasta ahora por fortuna no he tenido ningún mal incidente, tratando de correr con los sentidos alertas, ayudándome que las calles elegidas suelen estar bastante iluminadas. En el caso de la Avenida de los Árboles que es medio lóbrega, trato, cuando calculo que la luz se me va acabar, correrla al inicio del entrenamiento.

Y quiero madrugar, por lo menos los sábados, para disfrutar más del día y de mis bichos canaleños que suelen estar conmigo el fin de semana. Sacrificar algunas horas de desvelo para progresar como corredor y quizás como persona.

Les estoy contando. Por lo pronto, ayer corrí 5 kilómetros y hoy 8, aunque más que una carrera vespertina o crespuscular, fue nocturna, el frío se me vino encima y el viento mordía, pero la luna estaba preciosa, como un seno pletórico para colmarte la boca.

Quiero aprender a madrugar, quiero, quiero, quiero, tal vez si además del perico, el pato y la cotorra de mi madre conseguimos un gallo, me empiece a ser más fácil.

Nos miramos en la ruta pues, felices madrugadas a todos y buenas corridas!

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